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Fútbol y política: dos pasiones argentinas en las que ya no se juega limpio

  • Foto del escritor: Leonardo Levinas
    Leonardo Levinas
  • 16 oct
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 17 oct

Artículo publicado el 15/10/2025 en

PERFIL



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Leonardo Levinas


Así como hay “políticos trapito: desconocidos que se adueñan de cargos y no cuidan lo que se les confía” la “pasión de multitudes” ya no es la de antes: “A la emoción la reemplazó la especulación: partidos arreglados, cambios de reglas a mitad de torneo”. En las canchas y en las elecciones casi todo parece negocio y corrupción.


Amaba incondicionalmente al fútbol, y la política no solo me parecía rescatable sino imprescindible. Hoy mi desencanto por el fútbol—sin duda el deporte más bello y emocionante— es análogo a mi desencanto por la política. 

El fútbol argentino era un espectáculo fabuloso, no solo por el juego en sí, sino también por la participación de los espectadores.

Mi viejo me hizo hincha de Boca, pero él, sobre todo, era hincha del fútbol. No sé cuándo conocí la Bombonera, pero sí recuerdo que íbamos mucho a la cancha de Atlanta porque quedaba cerca de casa y porque siempre había un partido atractivo. También me llevaba a River, a ver a Amadeo Carrizo, de quien él era fanático, a pesar de que era el arquero del equipo rival.

Antes los jugadores cambiaban de club mucho menos, y era raro que los mejores se fueran al exterior —lo que ha bajado notablemente el nivel al fútbol profesional local—. Los que pasaban a otro equipo no jugaban contra su anterior equipo. Hoy, si tienen algo de pudor, apenas se abstienen de gritar el gol cuando se lo hacen a su antiguo club.  Esta ligera pertenencia a un equipo no solo es propia del fútbol argentino; permítaseme invocar al poderoso Real Madrid, que llegó a alinear a once jugadores titulares extranjeros y representa al fútbol español… sin un solo español.

Cada vez fue más difícil estacionar cerca de los estadios, por culpa de los molestos y peligrosos ‘trapitos’ que cobran por cuidar autos en lugares que se han apropiado. Imposible no pensar en los políticos trapito: desconocidos que se adueñan de cargos y nos obligan a votarlos aunque nadie les haya pedido que integren alguna lista partidaria. Y, como los trapitos, no cuidan lo que les confían: abandonan su puesto o traicionan el cargo cambiando de partido político como quien cambia de camiseta, y, cuando lo hacen, convierten en sus peores enemigos a los que militan en el partido que abandonaron.

Esta es una de las razones por las que a la mayoría no nos representa ningún partido. Y, también por las que, sobre todo en los balotajes, en lugar de votar a favor, se vota en contra del otro candidato. Es el mismo espíritu que lleva a un hincha de Boca —me incluyo— a preferir, algunas veces, que pierda River a que gane Boca. Pero mientras que en el fútbol esta disposición resulta pintoresca, en la política resulta trágica.

Antes, todos los encuentros de primera división se jugaban los domingos, en el mismo horario, y recién cuando todos los partidos terminaban se develaba el suspenso de cómo había quedado la tabla de posiciones. Primero jugaban las terceras, luego las reservas y finalmente la primera. El espectáculo duraba unas seis horas. En particular, en un Boca-River, los cánticos ingeniosos y la vistosa rivalidad de las dos más grandes hinchadas hacían que el público llegara muy temprano al estadio. Hoy, ni las terceras ni las reservas juegan el mismo día y las fechas se desdoblan a lo largo de la semana. Extraña analogía con el desdoblamiento de las elecciones según le convenga al poder de turno.

Los intereses económicos más espurios se impusieron al espíritu deportivo. Al respecto, recuerdo a los representantes de la Caja Nacional de Ahorro Postal que visitaban mi escuela bajo la consigna: “El ahorro es la base de la fortuna”. Mi padre me daba dinero para comprar estampillas y pegarlas en mi libreta de ahorro. Hoy eso es imposible: la inflación devoró la ilusión del ahorro. Ahora los jóvenes, con el dinero de sus padres, incluso en los colegios, apuestan online. Ya no disfrutan del juego ni sienten expectativa por los resultados: apuestan cuántos tiros de esquina habrá, cuántos expulsados y quién convertirá el primer gol. A la emoción la reemplazó la especulación. 

Y claro, eso se enlaza con la corrupción: arreglos de partidos, cambios de reglas a mitad de torneo —como las de los descensos—, que se parecen demasiado a los cambios de reglas en la política y la economía. En ambos casos, los que deciden el juego cambian sus reglas según les convenga. 

Vi muchos superclásicos desde la tribuna de Boca en el Monumental, lo que era emocionante. Recuerdo con ternura y gratitud aquel campeonato de 1969, cuando en esa cancha numerosos hinchas de River aplaudieron la vuelta olímpica de los jugadores de Boca. Hoy, cuando ya ni siquiera hay hinchadas visitantes, eso sería impensable. 

La distorsión del espectáculo futbolístico llegó tan lejos que la final de la llamada Copa Libertadores de América no se jugó en ningún país sudamericano, sino en Madrid: la capital del país del que, justamente, nos liberamos. Por estos días, en la política económica ocurre algo parecido: las grandes decisiones ya no se toman en el país, sino en oficinas lejanas, donde ni el voto ni la voz de los argentinos tienen incidencia. 

Lo real es que casi lo único que todavía nos provoca verdadera satisfacción y orgullo —aun pese a la funesta dirigencia del fútbol argentino— es la Selección Nacional. Lamentablemente —y aquí se quiebra toda analogía—, en la política no hay nada que se le parezca.


 
 
 

2 comentarios


teo
23 oct

el hombre nace coorrupto con dos O


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Invitado
24 oct
Contestando a

👏👏👏👏👏

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©2021 Marcelo Leonardo Levinas

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