UN FILÓSOFO EN PAÑALES (puso a prueba a la inteligencia artificial)
- Leonardo Levinas

- 12 may
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 may
El otro día, mi primer nieto cumplió un año y, como es lógico, todavía no habla o, por lo menos, eso es lo que yo creía. Con frecuencia se lo oye balbucear —eso sí— con distintos tonos de voz, a veces incluso a los gritos. Cuando parece estar inspirado, no da la impresión de hablar para sí mismo, más bien parece querer comunicarse.
Una semana después, me llegó un video filmado por su abuela. En él se lo ve gateando y balbuceando de un modo tan expresivo que parecía estar diciendo algo. Entonces, recordé una vieja y asombrosa conjetura de un primo mío, Daniel, sugestiva, fascinante y un tanto descabellada, que consiste en afirmar que, si bien los bebés no nacen con un pan bajo el brazo —algo muy fácil de constatar—, en cambio sí nacen poseyendo una inmensa sabiduría innata —algo que, en cambio, parece demasiado difícil, si no imposible, de constatar. Claro está, ese don después desaparece, ya que con paciencia y persistencia, el sistema se encarga de formatearlo y reemplazarlo: padres bienintencionados que los acosan con palabras, maestras que enseñan próceres de cartón, montañas de fechas patrias, sumas y restas de objetos que jamás serán vistos…

Hasta que, a los cinco o seis años, esa sabiduría originaria queda sepultada bajo reglas gramaticales y cálculos matemáticos inútiles y sin magia. El resultado de todo es que mi nieto terminará cubierto de dogmas, será obediente y con miedo a equivocarse.
Decidí poner a prueba la teoría de mi primo y para eso estudié el video que había recibido de su abuela. Quería interpretarlo. Me basé para su análisis en algo que conozco más o menos bien: la lingüística moderna. Esa que, según muchos epistemólogos, es la única ciencia social “dura”, y que, gracias a Noam Chomsky, nos revela una idea tan poderosa como poco tenida en cuenta: la capacidad de adoptar un lenguaje no se aprende, se activa; está programada en nosotros, lista para adquirir cualquier idioma que nos rodeé. Se trata de un instinto biológico dispuesto a abrazar cualquier lengua. Eso explicaría por qué —sin importar la cultura ni el idioma— los bebés del mundo entero al año balbucean, combinan dos palabras simples al año y medio, y hacen preguntas con entonación alrededor de los dos años.

Entonces, se me ocurrió lo siguiente: si la inteligencia artificial (IA) puede traducir cualquier idioma, si logra interpretar textos en lenguas extintas o incluso descifrar lo que quiso decir un adolescente por whatsapp… ¿por qué no podría traducir el balbuceo de mi nieto antes de que adopte el lenguaje de los adultos?
Desgrabé los primeros 5 segundos del video donde mi nieto balbucea con total claridad: “be…pa abugia”. ¿Una afirmación? ¿Una súplica? ¿Un conjuro?
A continuación le pedí a la IA que lo analizara y que hiciera lo que mejor sabe hacer: traducir. Esperé el resultado, lo confieso, con una mezcla de escepticismo, pero también sintiendo vértigo y es que muy pocos segundos después la respuesta apareció.
¡Me quedé helado...! No tanto por la velocidad del desenlace, sino por lo que revelaba:Según la IA, mi nieto —a través de su balbuceo y pese a la ausencia total de entonación— había formulado una pregunta tan insospechada como sorprendente:
“¿Por qué es el ser y no más bien la nada…?"
De esta manera e indudablemente, la teoría de mi primo quedaba irrefutablemente confirmada. Y yo, por mi parte, podía estar tranquilo: mi nieto era un bebé normal.



que decepciòn me engaño,,,pense que iba a develar que decia el bebe. buaaa