LAS RENUENTES IMÁGENES DEL TIEMPO Y LA PERPETUA CARRERA DE AQUILES Y LA TORTUGA
- Leonardo Levinas

- 5 dic 2023
- 20 Min. de lectura
Actualizado: 11 dic 2023
Capítulo contenido en: Visioni, Alfabeti, Mondi Borges e le immagini, publicado por la Universitá degli estudi di Padova (Edizioni ETS, 2022, pp. 99-114)

Resumen
No cabe duda de que en muchos de sus escritos Borges nos ofrece una suerte de sublimación de lo ficticio, cuya culminación consiste en ofrecernos personajes que presumen que lo que imaginan posee una realidad autónoma, como si lo imaginado resultase independiente de las arbitrariedades de su subjetividad. Al respecto, partiremos de algunos textos de Borges en los que se manifiesta explícitamente la obsesión -nunca resuelta- por alcanzar una imagen satisfactoria del tiempo: exista o no. ¿Cuál es su relación con el espacio?; ¿y con la eternidad y lo eterno? ¿Qué vincula al tiempo con la historia y la memoria? Trataremos de articular algunas de las consecuencias que se derivan de sus planteos asumiendo un enfoque paradojal, e intentando reunir lo literario con lo conceptual y filosófico. Para ello recurriremos a otros autores, los que nos permitirán extender, hasta los extremos de lo paradójico, algunas de las ideas borgeanas más provocativas.
La perpetua carrera de Aquiles
En “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga” de Discusión (1932), Borges escribe: ˂˂No sé de mejor calificación para la paradoja de Aquiles, tan indiferente a las decisivas refutaciones que desde más de veintitrés siglos la derogan, que ya podemos saludarla como inmortal. (…) Es sabido que su inventor fue Zenón de Elea, discípulo de Parménides, negador de que pudiera suceder algo en el universo˃˃. Es decir que para que algo ocurra debe acontecer un cambio, lo que sería inconcebible ya que entonces el ser dejaría de ser, y el no-ser debería franquear la nada y comenzar a existir. ¿Existe un cambio más vulnerable a las críticas que el movimiento que implica ser en un lugar para dejar de ser y pasar a ser en otro lugar…? ¿Existe una ilusión más vana que la planteada en la primera aporía de Zenón para aquel que, con urgencia, quisiera alcanzar una meta y precisa convenir que antes de alcanzarla deberá pasar necesariamente por la mitad?
La segunda aporía de Zenón respecto del movimiento, la que elige Borges, es aún más dramática ya que considera una meta en continuo movimiento. La principal víctima de un estruendoso fracaso es, en este caso, Aquiles, porque luego de cometer el error garrafal de darle ventaja a una tortuga, necesitará, para alcanzarla, llegar primero al punto que la tortuga ya habrá abandonado, y así sucesivamente.
Se han ofrecido numerosas soluciones que han pretendido hacer que la derrota de Aquiles fuera más fantástica aún que su existencia; todas ellas infructuosas y con argumentos inconducentes, por lo que este problema, por milenios, ha permanecido irresoluto.
Borges, a los efectos de discutir su solución, decide recurrir a Bergson, experto en cuestiones vinculadas con el tiempo: ve en Bergson salvaguardada, aunque momentáneamente, la condena a que el avergonzando Aquiles no pueda aplastar a la pedante tortuga. En efecto, en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia de 1910, el filósofo francés plantea que el error de Zenón consiste en atribuirle al movimiento la divisibilidad del espacio, lo que considera una falla imperdonable teniendo en cuenta que un acto no puede dividirse como si fuera un trozo de papel. Bergson, acusa a Zenón de omitir el hecho de que, si bien un objeto puede dividirse, en cambio, un acto no ya que ˂˂cada uno de los pasos de Aquiles es un indivisible acto simple˃˃. Un paso sería un acto unívoco… Lo que Borges, por su parte, le reprochará a Bergson es suponer que el espacio es infinitamente divisible y no así el tiempo.
Reconozcamos que la idea de Bergson es, por lo menos, interesante y es que si una carrera consiste en una serie de actos indivisibles traducidos en pasos, los pasos (espaciales) de Aquiles serían más largos, lo que le permitiría alcanzar a la tortuga.
Borges disconforme con la prohibición de Bergson de dividir al tiempo en forma arbitraria, deja en el camino al filósofo francés, y reniega de su planteada solución. Nos comenta: ˂˂Arribo, por eliminación, a la única refutación que conozco, a la única de inspiración condigna del original, virtud que la estética de la inteligencia está reclamando. Es la formulada por Bertrand Russell˃˃. Esa nueva manera de ver las cosas se basa en la simple suposición de que ˂˂la cantidad precisa de puntos que hay en el universo es la que existe en un metro de universo o en un decímetro o en la más honda trayectoria estelar˃˃.
En definitiva, la única salida a la paradoja de Zenón que Borges tolera consiste en admitir que Aquiles y la tortuga recorren la misma cantidad infinita de puntos; en cambio, la medida de lo que recorre Aquiles es mayor que la medida que recorre la tortuga en el mismo lapso, por la sencilla razón de que Aquiles es muy veloz y la tortuga es tan lenta… como una tortuga. En otras palabras, lo que se propone es una definición de velocidad como cociente de dos intervalos (uno espacial, otro temporal) tomados como un todo, como segmentos de infinitos puntos pero de “longitud” finita. A un mismo intervalo temporal para Aquiles y la tortuga pueden corresponder diferentes intervalos espaciales, todos con la misma cantidad infinita de puntos.
Borges, en medio de las dudas de Aquiles acerca de su capacidad o no de vencer a la tortuga, parece no terminar de decidir si la solución se refiere, finalmente, a una carrera real o, por el contrario, si la carrera real no tiene solución de acuerdo a nuestra idea de movimiento en tanto acto finito susceptible de ser dividido hasta el infinito. Es tal vez por eso que, como en tantas otras paradojas y luego de haber desmenuzado con total honestidad el problema, admite que toda tentación a superar cualquier crisis de nuestro intelecto puede llevarnos a rechazar la existencia de aquello que le dio lugar; en este caso, el espacio y el tiempo. ¿Son las imágenes borgeanas de tiempo y espacio la de dos entidades coexistentes en su inexistencia? ¿No nos tienta resolver la paradoja afirmando, simplemente, que la contradicción se manifiesta entre lo pensado y lo realmente constatado? Veamos:
Borges, como un mediador entre la carrera intelectual de un Aquiles agotado, elucubrada por Zenón, y la carrera verdaderamente percibida en la que un relajado Aquiles, sin mayores esfuerzos, no sólo alcanza sino que sobrepasa a la tortuga, concluye su ensayo diciendo: ˂˂Mi opinión, después de las calificadísimas que he presentado, corre el doble riesgo de parecer impertinente y trivial. La formularé, sin embargo: Zenón es incontestable, salvo que confesemos la idealidad del espacio y del tiempo˃˃. Entonces, tentado de superar a Zenón, elimina la tentación de Aquiles de aplastar a la tortuga erradicando el problema y desterrando de la realidad todo el escenario que la haría posible: el espacio-tiempo.
¿Cómo evitar los abismos a los que nos conduce la paradoja?: ˂˂ ¿Tocar a nuestro concepto de universo, por ese pedacito de tiniebla griega?, interrogará mi lector˃˃. En resumidas cuentas: si se admite la paradoja, el espacio y el tiempo existen; superar la paradoja implicaría aniquilarlos, todo lo cual parece suponer que Zenón se montó en la inevitable consecuencia de definir espacio y tiempo como si fuesen un continuo infinitamente divisible… Aristóteles intentó infructuosamente resolver la paradoja, aduciendo que la distancia entre dos puntos era finita en acto pero infinitamente divisible en potencia. Para Zenón, el acto de pensar el espacio implica suponerlo infinitamente divisible. Si Borges satisface al lector resolviendo la paradoja, deberá pagar asumiendo su propia angustia: se debe disolver el espacio-tiempo, suponerlo una entidad ideal y, por lo tanto, eliminar de nuestra mente todo vestigio de universo. La otra solución es olvidar la paradoja, esconderla con un pedacito de tiniebla griega, para que no logre conmover nuestro mundo, como sostiene. ¿Cómo reaccionar ante la inesperada duda borgeana –más allá incluso de la categórica aseveración eléata sobre si algo puede realmente suceder, lo que significaría un cambiar constantemente en nuestro mundo sensible? Al final y al cabo: ¿existe el movimiento?; ¿existe el propio cambio?
Oscar Wilde, admirado por Borges, ya había dicho que la única manera de superar una tentación era sucumbiendo a ella. ¿Qué nuevos problemas podría acarrearle todo esto a un caminante que, tentado a hacerse cargo del sutil juego de Zenón, caminase por la calle de la vida olvidándose de metros y centímetros, de horas y segundos, asumiendo que jamás alcanzará la meta definitiva que es su muerte porque antes deberá pasar por la mitad de su vida, y después por la mitad de esa mitad, y así sucesivamente hasta alcanzar la inmortalidad…? ¿Será esa la perpetuidad de la carrera de la que habla Borges?
Una carrera más poética con el tiempo
A esta altura de la discusión imaginamos dos cosas:
que si bien Aquiles nunca alcanza a la tortuga, la carrera es perpetua ya que la tortuga, debido a la primera aporía, jamás alcanzará la meta. O sea que no habrá ganador de la contienda. El tiempo está instalado en la carrera de manera subrepticia.
Lo segundo que imaginamos es un tanto más poético:
Si la carrera involucra de manera tan indisoluble al espacio y al tiempo, ella nos inspira a que ideemos otra paradójica carrera y, por ende, otra ofensa para Aquiles, ya que esta vez no se trata de que alcance a la tortuga, sino que, de cierta forma, la tortuga lo alcance a él.
Imaginemos que hubiese sucedido lo siguiente:
Aquiles, con total impotencia respecto de la carrera anterior, declaró que si él la había perdido se debía a algo inherente al movimiento y no a su falta de destreza, de modo tal que ya, totalmente enfurecido, le manifestó a la tortuga que él era tan veloz y ella tan torpe y lenta que hasta sin moverse, su propia sombra, la suya, la del gran Aquiles, podría ganarle una carrera. Ahora bien, las tortugas, sobre todo en Grecia, parecen ser mucho más inteligentes de lo que se cree. ¿Acaso no aparentan estar todo el día pensando? Por eso, la historia de lo que podría haber sucedido con esta nueva carrera es la siguiente:
La sarcástica tortuga planteó un nuevo desafío. Está bien, le dijo a Aquiles, ¡harían una carrera con sus sombras y sin moverse!; en consecuencia el espacio no intervendría. Ahora el gran aliado de la tortuga sería otro movimiento, el del andar del tiempo... porque Aquiles no sólo sería desafiado a jugar esa extraña carrera entre sus sombras sino que resultaría más agraviado aún por la tortuga, ya que esta le ofreció a Aquiles concederle ella misma una ventaja. Propuso que Aquiles se adelantase, que se ubicase delante de ella, con lo cual la sombra larga del fornido héroe iba a situarse por delante de la diminuta sombra de la pequeña tortuga. La trampa consistía en ubicarse delante del sol, con el sol a las espaldas, detrás de los dos para que a medida que el sol descendiera la sombra de la tortuga, primero alcanzase a Aquiles, y después se acoplase a la sombra de Aquiles alcanzando la misma longitud. Sólo se trataba de esperar, de hacer tiempo…
¿Qué le pasó a Aquiles cuando se dio cuenta del ardid? Más que quieto se quedó paralizado. Estaba realmente deprimido. Recordó que los hombres –a pesar de ser él un semidiós- podían alcanzar a su propia muerte sin necesidad de moverse... Una carrera con final en el tiempo, ya no en el espacio.
Otra carrera: La de la Historia con la historia
Resulta improbable que un corredor que conceptualice en exceso su propia carrera, logre alcanzar su meta a tiempo; sería como el ciempiés de Koestler que si pensase lo que hace con cada pata, no podría caminar. En efecto, ya vimos los argumentos por los que, para algunos, Aquiles –por lo menos razonando excesivamente su carrera- nunca alcanzaría ninguna meta fija y menos aún a una tortuga, meta móvil y esquiva.
¿Se aplica esto para alguien que pretende alcanzar un momento del futuro, para entonces convertirlo en un presente? ¿Se aplica al tiempo de forma tal que algo situado en un futuro se transforme en presente y luego pase a ser pasado? ¿Cuándo sería?: ¡en un futuro! Porque si el tiempo es una línea, la condición del pasado es haber sido alguna vez futuro y alcanzar a ser pasado en un... futuro.
La complejidad de la carrera entre Aquiles y la tortuga podemos comprenderla mejor apelando a la historia. ¿Pero de qué “historia” se trata? ¿De la historia, sucesión de hechos del pasado, o de la Historia, conocimiento y estudio de esos (presumidos) hechos? En el primer caso, la historia sería análoga a una carrera cuya meta sería el presente; en el segundo caso la Historia sería un relato cuyo final sería el del historiador escribiendo en un presente, el pasado.
Lo indudable es que si la meta es el presente, cualquier corredor la alcanzaría siempre ya que de hecho estaría “situado” en ese “punto”. ¿Se encontraría anclado en él o, por el contrario, se trataría de un presente transitorio al que termina, siempre, abandonando de inmediato? ¿Será cualquier presente la meta de su correspondiente pasado?
La pregunta viene a colación por lo siguiente: supongamos un sujeto que debería levantarse a las siete de la mañana para ir a trabajar y dispone el reloj despertador para que suene a las siete menos cinco. Cuando el despertador suene a esa hora podrá dormir cinco minutos más. Imaginemos que ya pasaron dos minutos y medio desde entonces, y que el sujeto se despierta otra vez murmurando: “puedo dormir dos minutos y medio más, hasta las siete”; serían 150 segundos más. Vuelve a despertarse y balbucea: “Aún me quedan 75 segundos de sueño”. Después le quedarán 37,5 segundos para seguir durmiendo. En resumen, ¡nunca se va a levantar, siempre le va a quedar la mitad del tiempo antes de levantarse de la cama! ¿Lo echarán del trabajo, o nunca lo van a echar porque nunca va a faltar, dado que ¡nunca va a llegar el momento en que falte al trabajo y lo echen!?
La historia sería análoga a esta carrera, la Historia al relato de esta carrera. Ambas tienen como meta alcanzar el presente; en el caso de Zenón: el presente de la tortuga, esto es su posición espacial. Aparentemente, la historia es siempre más completa que la Historia. Pero, una Historia redactada de manera obsesiva, un relato pormenorizado de los hechos, ¿no podría ser más exhaustiva que la propia historia, la de la sucesión de los hechos del pasado, a punto tal que nunca alcance el presente? Veremos este berenjenal con un personaje de novela, el de Tristram Shandy. Por ahora, atendamos a Vico quien, como quizás nadie, supo vincular la carrera de la historia con la de la Historia.
Partamos de Aristóteles: sostenía que la ciencia era el conocimiento de las causas, lo que debemos entender como el poseer el conocimiento de las causas. Giambattista Vico (1668-1744), veintidós siglos después de Aristóteles, interpretó que “conocer las causas” es estar en posesión de ellas: sólo quien es capaz de ser causa de algo, conoce ese algo. En otras palabras, verum factum, lo conocido es lo hecho. Digamos entonces, siguiendo a Vico, que si el hombre no fue quien creó la naturaleza sino Dios, el hombre no podía conocerla. Pero el hombre, en cambio, sí era la causa de la historia. Y la historia de los hechos es indistinguible de la historia como ciencia (la Historia), por lo que la ambigüedad de este término parecería superarse en la fusión de dos empresas que serían una sola. En esa única historia, el sujeto coincide con el objeto.
Ahora bien el pasado, casi por definición, es algo que ya no es y, por lo tanto, ya no es objeto. G. K. Chesterton, siempre admirado por Borges, nos dice que “el pasado ya no es lo que fue”; por eso Benedetto Croce, en su Teoría e historia de la historiografía, proclamaba que toda historia era historia presente, “conocimiento del eterno presente” y no historia muerta y pasada. El pasado sólo existe como relato en el presente.
Algo similar explica Bergson al afirmar, en La evolución creadora, que nuestra duración no es simplemente un instante que sustituye a otro, y que si así fuera, nunca habría nada excepto presente. Según Bergson –volvemos a él–, no podemos percibir el presente sino tan sólo recordarlo y los fenómenos psíquicos se fusionan entre sí como lo hacen las notas de una melodía: la melodía las liga, ofrece la coherencia, ella misma es la coherencia. Preguntémonos: ¿cómo pasaríamos de la sensación de simultaneidad a la de sucesión, si lo primero se refiere a la “longitud” de algo percibido como simultáneo, algo que pueda ser unificado en un momento, o sea lo que podríamos denominar “un mismo momento”? Aparentemente ello oscila entre los 50 y los 200 milisegundos. En cambio, la “sensación de presente psicológico” se extiende bastante más; aun así no iría más allá de los 5 segundos. O sea que dentro de esos límites podría hablarse de una duración o extensión del presente –de la persistencia de un presente– que no es un punto sino un intervalo, sin que en él exista una conciencia “explícita” de cuándo este presente se inició.
¿Cuál es la imagen borgeana del pasado, de la historia y de la Historia? En “Pierre Menard, autor del Quijote” (Ficciones, 1944), Borges elabora un personaje que, lejos de querer copiar el Quijote, aspiraba a producirlo. Para ello escribe el pasaje escrito por Cervantes: ˂˂[...] la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir [...]˃˃, y nos dice que, en cambio, Menard escribió: ˂˂[...] la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir [...]˃˃. El mismo texto.
¿El mismo texto…? ¿Un mismo presente para ambos textos? Sin duda Pierre Menard ha escrito su Quijote en un presente (s. XX) diferente al de Cervantes (s. XVII), y dentro del juego de Borges, el texto de Menard es infinitamente más rico que el de Cervantes: mientras que el de Cervantes hace un mero elogio retórico de la historia, el de Menard lo supera y nos propone, al mismo tiempo, una idea asombrosa: definir la historia no como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad, para Menard, no es lo que sucedió –la historia- sino lo que juzgamos que sucedió. ¿La Historia?
Con rigurosa ironía podríamos decir que, de acuerdo con Borges, no ha sido Cervantes quien logró anticiparse a Vico sino más bien Menard quien logró evocarlo. No hay duda de que la frase del Quijote, a esta altura: también escrita por el propio Borges, nos remite a Vico, aunque no se lo mencione. En cambio, Borges sí lo menciona en “El inmortal” (El Aleph, 1949): ˂˂Hacia 1729 discutí el origen de ese poema [por la Ilíada] con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables˃˃; y en una nota a pie de página indica: ˂˂Ernesto Sabato sugiere que el Giambattista que discutió la formación de la Ilíada con el anticuario Cartaphilus es Giambattista Vico; ese italiano defendía que Homero es un personaje simbólico, a la manera de Plutón o de Aquiles˃˃. ¿Homero no sería para Vico un personaje simbólico a la manera de lo que Pierre Menard sería para Borges? ¿Y para Zenón, no sería Aquiles el ilusorio corredor de una carrera real? Y si Homero no fue nadie, ya sea porque no pudo haber escrito el poema o directamente porque no existió, ¿no podemos pensar, como nos indica Huxley, que si no fue él quien escribió aquel estricto y bello poema, seguramente el autor haya sido alguien con el mismo nombre…?
Otra carrera: entre una vida (historia) y su biografía (Historia)
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy es una novela de Laurence Sterne (1713-1768) contada por el propio protagonista en un tono humorístico y enredado. Shandy intenta relatar su existencia de manera obsesivamente pormenorizada, aludiendo, incluso, a cómo era la vida de sus padres aún antes de que él mismo naciera. La narración se torna compleja, llena de digresiones y anécdotas con la intención de completar distintos aspectos de su existencia, en detrimento de cualquier avance lineal.
Con estos elementos, volvamos a la doble cita del Quijote escogida por Borges; ella nos demuestra que existen diferentes verdades que pueden ser expresadas con las mismas palabras, distintos pasados construidos desde el presente que pueden conducir a ese mismo presente; diferentes hechos recortados del pasado, que en el caso de Shandy están al servicio de una de las infinitas autobiografías posibles. Shandy, seleccionando y recogiendo ciertos hechos de entre los incalculables acontecimientos sucedidos a su alrededor, atiende a una de las tantas carreras en el tiempo con la intención de arribar a la meta de su presente de escritor en acto. ¿Lo lograría? Es que el Shandy escritor es como la tortuga de Zenón que marcha lentamente y que, empero, no será alcanzada en la medida en que su relato minucioso se detenga en múltiples detalles referidos a la vida de ese Shandy del pasado. Shandy, al igual que Menard, nos resulta un personaje increíble y, al mismo tiempo, verosímil, posible. Su relato posee ese impulso que se mide constantemente en relación con la naturaleza de la vida humana de una tensión continua e inextinguible: por un lado, su finitud en el tiempo, por otro lado la infinitud de matices que abarca.
Nutriéndose de las propias imperfecciones del pasado, las personas extraen de sí mismas un impulso irresistible hacia su conocimiento intentando hacer un relato retrospectivo que los satisfaga, -la palabra “Historia” viene del griego ἱστορία: “conocimiento adquirido de la investigación”-, una investigación que constituya, en el fondo, una construcción de una pasado o, mejor dicho, un recorte del pasado. ¿Existe mayor dominio que sobre una construcción?, ¿mejor conquista en un presente que la apropiación de un pasado ocupándolo con una memoria selectiva y arbitraria? Si los hombres son los poseedores de las causas de los hechos de la historia y, por lo tanto, las conocen, pueden crear infinitas historias con todas sus variantes, en infinitos relatos posibles; son, en ese sentido, hacedores de verdades. Verum factum, lo verdadero es lo hecho. O mejor dicho: “lo que se torna verdadero es lo que se supone hecho y lo que se supone hecho se impone como verdadero”.
La situación de equiparar dos series –la de la vida de Tristram Shandy y la de su escritura, esto es, la historia vivida por Tristram Shandy y la historia escrita por él mismo–, la analizó Bertrand Russell en Misticismo y Lógica extendiendo infinitamente la vida del personaje: de un personaje inmortal. La pregunta sería ahora: si Shandy no muriera nunca ¿alcanzaría a escribir toda su historia? La paradoja –la monstruosa aspiración de Shandy por igualar el relato con lo relatado que, para consumarse, presupone la existencia de una historia sin final– nos reabre las puertas del infinito. Si Shandy vive un tiempo infinito ninguna parte de su biografía quedará sin escribirse, como bien ha sostenido el propio Russell.
No es difícil imaginar por qué. Y es que el Shandy inmortal siempre tendrá tiempo disponible para escribir cualquier situación vivida, incluso a pesar del paulatino alejamiento entre el momento descrito y el momento en que se lo describe. Es que en una vida interminable existen tantos días a ser vividos como años a ser vividos, tantos segmentos con la medida de un día como segmentos con la medida de un año. Se trata, en definitiva, de poner en marcha la denominada por Borges “heroica teoría de conjuntos de Georg Cantor”.
Russell tiene razón al sospechar que Shandy no tendrá más inconveniente que esperar un tiempo prudencialmente… infinito, para completar su meticulosa y, paradójicamente y al mismo tiempo, interminable biografía. Pensemos, por ejemplo, que si Shandy consuma en un año la crónica de su primer día, tardará diez años en escribir sus primeros diez días de vida. Dado que según la teoría de Cantor existen tantos números pares como números naturales, esto es, tantos múltiplos de 2 como números naturales y tantos múltiplos de 365 como números naturales, existen tantos años de 365 días como días en la vida de un Tristram Shandy inmortal. Es decir que, en la vida sin fin de Shandy, siempre habrá suficientes años para escribir la historia completa de cualquier día. Algo así como la infructuosa carrera de Aquiles, esta vez resuelta en un tiempo infinito. Porque si establecemos, por ejemplo, que nuestro semidiós recorre 365 veces la distancia que transita la tortuga en el mismo lapso, entonces emplearía un día en hacer lo que a la tortuga le hubiese llevado un año.
La ironía en todo esto es que Shandy, a pesar de alejarse cada vez más de cada momento correspondiente a su escritura, completaría su biografía disponiendo del tiempo suficiente para hacerlo al recorrer la misma cantidad de años con vistas a escribir su vida, que los días que dispuso para vivirla. ¿No deberíamos pensar, entonces, que Aquiles representa la vida de Tristram Shandy y la tortuga a Tristram Shandy escribiéndola con pasmosa lentitud? Aquiles sería Tristram Shandy viviendo su vida, mientras que la tortuga sería Tristram Shandy escribiéndola. ¿Sería muy arriesgado afirmar que Aquiles representa a la historia, mientras que la tortuga, en cambio, encarna a la Historia?
En algún momento, Shandy llegará a relatar el momento exacto de su vida en el que comenzó a escribirla; a partir de ahí, estará haciendo, entonces, prácticamente una única cosa: “correr” solo, solo y simplemente escribir su biografía. Un hacer de su vida una historia redundante.
Supongamos que fue a los veinte años de vida que Tristram Shandy decidió empezar a transcribir cada día completo de su vida. Siete mil trescientos años después habrá concluido de relatar sus primeros veinte años de vida y, a partir de ese momento, ya con la madurez de sus 7.320 años, lo fundamental en su vida será escribir una vida que se funde con su propia descripción. Una confluencia inusitada entre la historia relatada y la historia vivida; la vida como puro relato o el relato como forma exclusiva de vida. Ese Tristram Shandy estaría produciendo literalmente su vida y asumiendo para sí una vida casi exclusivamente literaria. ¿La vida más plena para un escritor que se precie de tal…? Una unificación de la verdad que proviene de superponer, a ultranza, la historia como hecho con la historia como relato.
Entonces, lo que estaría haciendo Shandy sería quedarse sin historia y sin movimiento. Por lo tanto, en este preciso momento, ese Tristram Shandy inmortal, nacido hace milenios podría estar escribiendo algo muy particular: nada, que es lo que se hace en la eternidad, el cese completo del movimiento, el cese de todo cambio. Y solo escribiría lo mismo: la descripción de Tristram Shandy describiéndose a sí mismo escribiendo. Lo único que podría relatar como novedoso sería su propia muerte, lo que por otro lado es imposible, ya que dejaría de ser inmortal. Algo así como un suicidio a la manera de una única perturbación en la infinita maquinaria de su vida escribiéndose; un suicidio que, de ser relatado, no sería real sino nada más que una ironía: su primera mentira en tanto escritor.
¿No sería todo esto un poco atroz? Algo de eso trasmite Connan Doyle cuando cuenta que un hombre, que no podía morir, le hablaba con envidia a otro que sí era mortal: ˂˂ ¿Cómo puedes comprender lo terrible que es el tiempo cuando tu única experiencia es ese corto trayecto que media entre la cuna y el sepulcro? Yo sí que he padecido todo su horror (…) yo que vengo flotando a lo largo de la corriente de la historia˃˃. Tristram Shandy también flotaría en su propia historia, sin modificarla por la sencilla razón de que no hay historia en la eternidad. Tampoco tiempo. En definitiva, podríamos pensar que llegamos de este modo a la aniquilación del mundo, al menos temporal; a la anulación del cambio y del movimiento que Borges amagaba con rechazar para eludir la paradoja de Zenón.
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (Ficciones, 1941), Borges plantea una la imagen del pasado como parte del presente, cuando se refiere otra vez a Russell citando su The Analysis of Mind de 1921: este planeta quizás ˂˂ha sido creado hace unos pocos minutos, provisto de una humanidad que ‘recuerda’ un pasado ilusorio˃˃. Y bien, Tristram Shandy, a partir de sus veinte años, cuando comienza a escribir su historia, podría estar imaginando toda su vida pasada, y aun así ella seguiría siendo importante en tanto única justificación de su presente. La historia de los hechos que no fueron adquiere otra forma de existencia en la Historia. Si seguimos al Borges creador de Pierre Menard, esa letra escrita cambia de carácter de un instante a otro. No solo hay que saber escribirla sin copiarla: también es necesario saber leerla. No se trata de un presente permanente, inalterable, perenne.
La carrera recurrente y el secreto mejor guardado del tiempo: la eternidad.
La historia es engendrada al ser escrita, se hace Historia, y renace de forma alternativa cada vez que alguien la lee. Resucita de maneras diferentes, resurge con nuevos significados en una Historia que existe como idea presente, como idealización de lo que ya no está o de lo que quizás no estuvo nunca. Una arquitectura sutil, construida sobre el fundamento de un símbolo tan fascinante como terrorífico. Un infinito imaginado y vacío, al que las páginas de “Avatares de la Tortuga” de Discusión (1932) nos pueden ayudar a penetrar más a fondo. Allí Borges apunta: ˂˂El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que se hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería este nuestro caso?˃˃. Y agrega: ˂˂Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenue y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso˃˃. Es que el dubitativo y ambiguo Borges reivindica lo paradójico, en una suerte de sublimación de lo ficticio; sublimación que consiste en ofrecernos personajes que presumirán que lo que imaginan posee una realidad autónoma, como si lo imaginado resultase independiente de las arbitrariedades de su subjetividad. Se trata de la ambigua existencia de la representación de lo imaginado –una representación hecha, casi siempre, de palabras más que de imágenes-. Esta inestabilidad propia del pensamiento de Borges constituye, en el fondo, su falta de compromiso con la existencia del mundo que le tocó vivir, o de los mundos que alcanzó a imaginar. Y justifica su genial ambigüedad.
En Odisea, Homero ubica a Aquiles, el corredor de la eterna carrera, en el Hades, el mundo subterráneo de los muertos, mientras que Ulises, el más astuto entre los vivos, le dice que debería sentirse el más dichoso de todos los hombres que han vivido o vivirán. Porque cuando él, Aquiles, vivía, se lo honraba como a una deidad y en el Hades imperaba sobre todos los difuntos. ˂˂No has de entristecerte por estar muerto˃˃, le dice Ulises, y Aquiles, el eterno corredor, le responde al mortal Ulises que hubiese preferido ser un labrador vivo y tener que servir a otro, incluso a un hombre muy pobre, a tener que reinar sobre los muertos. ˂˂ ¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad˃˃, nos dijo Borges alguna vez.
Al completar su biografía, también Tristram Shandy es un muerto en vida. Lo “cierto” es que tanto Aquiles como Shandy culminan sus respectivas carreras. El primero alcanza a la tortuga porque, en tanto semidiós, es inmortal, mientras que la mortal tortuga tarde o temprano se detendrá resignada a morir. Shandy concluirá su biografía: no por haber muerto sino, al contrario, porque vivirá eternamente para alcanzarse a sí mismo y permanecer en ese estado presente en el confluye historia/Historia.
Al final de La perpetua carrera, Borges ha optado por adentrarse en las brumas griegas en las que se desvanece el mundo y reina la eternidad del reposo absoluto y el no-cambio. Ahí todo es imposible por la sencilla razón de que no hay nada, ni nada para hacer.



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